Dicen que la condición homosexual de muchos hombres que reprimieron durante muchos años sus impulsos, tiene en la orilla de la vejez un peligro de escándalo, una actitud que es a un tiempo de sed y de falta de pericia en buscar el agua, y surge la desesperación ciega. Hace muchos años, desde la alta ventana de un cuarto que daba al río, veía algunas veces a hombres sin el más mínimo signo de homosexualidad andar por los jardines buscando la incendiada moneda de una oportunidad. Y sentí pena al ver a un pobre anciano, renqueante y solitario bajo la lluvia. Me llamó la atención su presencia allí, a esa hora —un domingo por la mañana—, bajo aquella lluvia que él no trataba de evitar, con tal de estar a la vista. Miraba a todos los lados, como loco, y al poco se acercó un cincuentón con tipo de golfo, tocado de gorra, que lo magreaba como a una novia joven. El anciano enloquecía palpándole su cuerpo, y empapado y de rodillas lo dejé en la más desesperada y humillante genuflexión de un hombre ante otro…
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